Kethya tiene 30 años y hace 5 que vive en Argentina. Llegó desde Haití, y es refugiada. No migró únicamente en busca de una mejor calidad de vida sino por la difícil situación que se vive en su país, que hace insostenible la vida allí. Sin tintes románticos y con la crudeza de quien tiene una herida abierta, cuenta la realidad de su lugar:
“En Haití las personas no tienen conocimiento de sus derechos. Se ejerce violencia contra ellos: se les priva de los servicios básicos, como estudiar, y son víctimas de manipulación y maltrato”.
Dejó su país sabiendo que no se trataba simplemente de cruzar una frontera: dejaba su casa, su barrio, a sus padres y hermana menor, a sus amigos. Kethya tuvo el arrojo suficiente para abandonar lo conocido y abrirse a un futuro incierto con muchas más preguntas que respuestas. Haciéndolo, demostró tener una cualidad emprendedora por excelencia: el coraje.
Tan pronto llegó a Argentina se quiso volver. No entendía el idioma. Sabía haitiano y francés pero no español. Pudo haberse dejado llevar por la desesperación y tomar una decisión impulsiva, pero no lo hizo. Decidió quedarse. Se anotó en un centro de refugiados en el que enseñaban español y fue aprendiendo de a poco. Su actitud no era de quien baja los brazos fácilmente; la perseverancia también venía en su mochila.
En su cabeza tenía una meta clara: estudiar. Anhelaba ser médica, pero la carga horaria de la carrera no le permitía trabajar y estudiar al mismo tiempo, y dedicarse únicamente a estudiar no estaba dentro de sus posibilidades. Se adaptó rápidamente sin resignar su deseo. Comenzó a estudiar Licenciatura en Enfermería en la Universidad Nacional de Lanús, en Buenos Aires.
Para sustentarse, abrió un negocio de licuados y jugos en Liniers. Luego, consiguió una oportunidad más estable: limpiar casas. Trabajó como guarda de seguridad y camarera en un bar. Desarrolló su flexibilidad por completo, convirtiéndola en un rasgo propio. “Soy como el agua, me adapto a la forma del recipiente, al lugar donde me toque estar”, dice orgullosa.
En la universidad, conoció a alguien que estaba organizando un evento intercultural en el que iba a haber comidas de otras culturas. La invitaron a participar y aceptó. Kethya sabía cocinar, había aprendido de su mamá cuando era niña, y ese conocimiento formaba parte del abanico de habilidades que desplegaba en el nuevo lugar.
Se unió a Mamam Comidas, un proyecto culinario de mujeres migrantes y refugiadas que viven en Buenos Aires. Ella y otras mujeres, preparan y venden comidas típicas de sus países, lo que les permite generar ingresos económicos y mejorar su situación laboral. Kethya pone lo mejor de su cultura y de ella misma en cada plato. “El amor no existe en ningún lado sino en lo que haces y amas”, dice.
Es cálida, activa, risueña. Su sola presencia es energizante. Y esto no es por haber tenido todo fácil, al contrario, los contratiempos fueron y siguen siendo varios. Aspirar a un trabajo formal, por ejemplo.
Un trabajo formal, bien remunerado y seguro, requiere de un DNI argentino, y obtenerlo, muchas veces, no es tan sencillo como parece. En su caso, se le venció en 2019. Presentó la documentación requerida, pagó el trámite y cuando fue a retirar su documento, no estaba. Nadie dio una explicación ni ofreció una disculpa. Respiró hondo, y con la paciencia que le quedaba, se propuso averiguar cómo y dónde seguir el trámite.
Hoy Kethya está en 3er año de Enfermería, y en cuarentena se anotó a una segunda carrera: Justicia y Derechos Humanos. “Me gusta el contacto con los seres humanos, mostrarle a cada persona que es única, que tiene derechos y que debe hacerlos cumplir”, dice. Le gustaría volver a su país y ejercer su profesión, pero conoce las limitaciones. “Aunque me encantaría, soy consciente que ahora no se puede”. Aceptación es la palabra que queda resonando mientras se expresa.
En su relato, deja entrever cualidades emprendedoras fundamentales: Coraje para tomar decisiones arriesgadas. Perseverancia para seguir y no abandonar. Acción para aprender de la experiencia. Flexibilidad para adaptarse a lo inesperado. Paciencia para esperar las oportunidades. Y aceptación para integrar lo que no es posible cambiar.
La historia de Kethya tiene un plus, que más que un adicional es la base de todo lo que hizo y lo que tiene planeado hacer: no salvarse sola. Se esfuerza estudiando y trabajando para acercarse, cada vez más, al sueño de vivir en un mundo donde los derechos de las personas estén garantizados y haya oportunidades para todos. La actitud emprendedora la llevó a recorrer más de 6.000 km, y a embarcarse en un sinfín de experiencias transformadoras con un denominador común: dejar huella.
Nota producida por Efecto Colibrí.
#ENCONTRAR busca acercar las historias inspiradoras de personas migrantes y refugiadas que conocimos en el camino a través del arte. Realizamos cuatro murales en diferentes ciudades de Argentina, representando lo que las historias nos transmitieron. Los murales los realizó el artista urbano SebaCener.
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