Idrissa tiene 31 años y nació en Senegal, África. A los 18 dejó su ciudad natal para recorrer el país y estudiar diferentes estilos de danza. Trabajó como profesor de baile de niños y de personas con discapacidad, con la ilusión de despertar en ellos la alegría y, enviar parte del dinero ganado a casa, donde esperaba su mamá y sus 6 hermanos. Más tarde, se unió a Renaissance, una compañía de shows de danza que lo llevaría lejos.
La danza lo hizo recorrer miles de kilómetros. Brindó shows en Cuba, Paraguay, Uruguay y Argentina. A este último lugar llegó en 2018 y en poco tiempo recorrió gran parte del territorio argentino. El próximo destino era Europa; tenían planeada una gira de tres meses, pero su documentación migratoria venció y no pudo renovarla. El costo de tramitar la residencia era de $6.000 y no estaba en condiciones de pagarlo. “No hay ayudas económicas para migrantes y si hay, no las conozco”, dice. Sus compañeros siguieron viaje y su camino dio un giro inesperado: Argentina.
Aunque fue repentino y desconcertante, no reniega de su suerte, al contrario: agradece haberse quedado en el país porque gracias a eso conoció a Celeste, su pareja, y mamá del bebé que tienen juntos. Idrissa sabe bien que en la vida como en la danza, el movimiento frenético se puede transformar en quietud en cualquier momento. Su magia no está en la continua agitación sino en la exquisita combinación entre hacer y no hacer, avanzar y detenerse para observar lo que en velocidad se escapa.
Idrissa es profesor de sabar, un tipo de danza originaria de Senegal, que recibe el mismo nombre que los tambores que inspiran sus movimientos. En Argentina, comenzó brindando clases en un estudio de danza en Villa Crespo, Capital Federal. En tiempos de pandemia, se reinventó dando clases por zoom. También da clases en las plazas, donde le resulta fácil cautivar miradas y hacer que los transeúntes se muevan con sólo mirarlo.
Cuando alguien baila sabar, todas las partes del cuerpo se mueven, ninguna queda afuera. Este mismo mensaje es el que toma como bandera en sus shows: “que nadie quede afuera”. Así, aprovecha cada ocasión para alzar la voz de colectivos excluidos. Se pone anteojos negros, por ejemplo, e interpreta a una persona con discapacidad visual, para generar empatía y sensibilizar sobre la necesidad de dar paso a una sociedad más igualitaria. Los emprendimientos, como la danza, tienen el poder de transformar miradas.
Idrissa baila con el deseo de derribar prejuicios, difundir y ampliar el conocimiento de la cultura senegalesa y, en definitiva, ayudar a otros a transformarse. Bailando las personas empiezan a entablar un diálogo distinto consigo mismos, a motivarse, liberar el miedo y abrir su mente y corazón. Bailar sabar es también poner atención a otros, para acompasarse y crear belleza a través de una coreografía compartida. Bailar es, por último, la posibilidad de abrir un diálogo invisible entre quienes bailan y quienes observan, con efectos difíciles de medir o imaginar.
Emprendiendo, Idrissa aprendió a reconocer los cambios continuos y la necesidad de adaptarse una y otra vez. Además de flexible, se reconoce sincero, “no quiero mentiras”, dice en español con rastros de su francés nativo. No es casual que la honestidad sea algo tan valioso para él, ya que está acostumbrado a bailar y bailar no sabe de intereses ocultos ni de intenciones maliciosas. En última instancia, es dejar salir lo auténtico, el impulso de vida más verdadero, quizás.
Idrissa conoce los pasos, las técnicas, y las despliega según la música que se le presenta. Seamos personas migrantes o no migrantes, todas hacemos lo mismo: ponemos en cada situación lo que sabemos, para resolver lo que surge de la mejor manera y disfrutar lo máximo que sea posible.
“¿Qué ves en común entre senegaleses y argentinos, Idri?”, le preguntamos con curiosidad. El responde con otra pregunta: “¿de qué color es tu sangre?”. “Roja”. “La mía también”, dice con una sonrisa cómplice que es, a su vez, una invitación a ver más allá de la cultura.
El baile muestra dos caminos disponibles para cualquier emprendedor: zapatear como símbolo de resistencia, inconformismo y queja, o como Idrissa, danzar al ritmo del presente, aceptar, crear y abrirse a la posibilidad de ser transformados (y mejorados) en el proceso.
Nota producida por Efecto Colibrí.
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